martes, 13 de octubre de 2009

Locas por las compras : las mujeres somos tremendamente kitschs


La de la foto es una imagen tomada en el Marche des Plantes de la Ile de la Cite en Paris, que vende cda vez menos plantas y cada vez mas boludeces de las que nos enloquecen a las mujeres.
El otro dia estaba en el supermercado Carrefour, cuiando vi algo que me hizo largar el carro y correr a tocarlo. Era una punta de gondola con apoyapavas y moldes de siliconas multicolores. Tres mujeres tocabamos todo tratando de adivinar para que servia cada cosa. Pareciamos niñas :
" Que lindo, que precios que colores, da gusto tocarlo , lastima el precio,sino me llevaria todo..."


No es cierto esa imagen de materialistas innatas con que nos quieren pintar a las mujeres, con chistes como ese de que “A mi mujer le robaron la tarjeta de crédito y no me preocupa, porque el ladrón va a gastar menor que ella”. Las mujeres no aman gastar plata. Ni siquiera adoran tener cosas. Lo que amamos es comprar, porque comprar implica salir a pasear, ver cosas lindas, estar en lugares llenos de gente, con vidrieras decoradas, llenas de objetos lindos... ¡ es disfrutar de la vida misma! ¿Cómo nos vamos a privar del placer de tocar, oler, mirar y saborear cosas nuevas con los cinco sentidos? Ese placer que sentimos las mujeres al recorrer un shopping de punta a punta para salir comprando sólo una hebillita o diez botones, es algo que ningún hombre comprenderá jamás. Para ellos, tan magro botín indica que toda la recorrida fue un fracaso y una pérdida de tiempo. Para nosotras no: una vuelta por el shopping significa evaluar, mirar, comparar tamaños y precios, y llevarnos a casa el sueño de tener algo hasta que decidamos si vale la pena tenerlo o no. Podemos pasar días evaluando si los zapatos que nos probamos eran realmente eran cómodos o si ese sacón nos pegará con el resto de la ropa. Y tal vez un día, finalmente, nos decidamos y vayamos a comprarlo. O tal vez no lo compremos nunca, y pensemos: “Menos mal que no lo compramos”. Eso no es lo importante para nosotras. Una no puede tenerlo todo: no tendría dónde ponerlo. Lo importante de comprar es mirar las bellezas que nos ofrece este planeta, y de paso tener diálogo con perfectos desconocidos. Una no puede hablar a boca de jarro con cualquiera por la calle, preguntándole: “¿Usted de dónde es?” o “¿Esos pantalones son cómodos?”, sin que nos tomen por locas. En cambio, es totalmente normal y esperable que hablemos con alguien que tiene un mostrador pegado al ombligo. Hay momentos en la vida en que las amigas están ocupadas y no nos prestan atención, en que tenemos un rato libre y no tenemos ganas de pasarlo en soledad, o en el que estamos francamente deprimidas. ¿Qué hacemos, entonces? ¡Salir de compras! Es la terapia más rápida para levantar el ánimo. Comprar es la salvación. Comprtara boludeces, es doble salvacion.

En la vida de toda mujer hay dos momentos claves de gran soledad: cuando sufrimos una decepción amorosa, y cuando estamos recién casadas y embarazadas. Entonces salimos a comprar, porque sabemos que, como los empleados de los negocios no tienen porqué adivinar que estamos hechas pelota, podemos fingir que seguimos teniendo control sobre nuestras vidas... aunque apenas tengamos control sobre nuestras billeteras. En una etapa de inmensa soledad que viví, dosifiqué las compras en el supermercado para poder ir cinco veces por día a comprar tres cosas, y de paso entablar edificantes charlas con la cajera acerca de las propiedades de tal champú o las ventajas del yogur con fruta entera. Si los mercaderes egipcios cruzaban el desierto en caravanas de camellos durante días para charlar con los beduinos de Timbuktú, no veo que tienen de raro que yo fuera cinco veces al supermercado para hablar con la cajera, y de paso con el encargado del edificio, si tenía la suerte de cruzármelo. En esas charlas, el portero me enseñó todos los secretos sobre la pesca de la corvina, aunque en ese rato a mí se me descongelara la merluza en la bolsita del super.

Mientras está comprando, hasta la mujer más deprimida parece una persona entera y capaz de evaluar decisiones. Comprar nos ayuda a ejercitar nuestra capacidad de autonomía. Cuando a una mujer le agarra la depresión, no hay mejor antídoto que salir de compras. Te sientes acompañada, sientes que puedes probarte y llevarte lo que quieras, y eso te hace sentir poderosa. No importa que una no compre nada y decida guardarse la plata. Tampoco es sano comprar compulsivamente. Pero aquí no hablamos de extremos sino del placer de ir de compras por ir a mirar vidrieras. Una mujer de 40 años mira más de lo que compra, porque conoce el valor del dinero, y sabe lo que cuesta ganarlo. Comprar muchas cosas es totalmente anti Feng Shui: si metemos en nuestra casa más de lo que sale de ella, terminamos viviendo en un basural. ¿Cuál es la practicidad? Tener más cosas no nos hace más felices. La felicidad no reside en comprar cosas porque las deseemos o necesitemos, sino para probarnos a nosotras mismos que podemos tenerlas, que de ser ajenas pueden pasar a ser propias. Todo el proceso de elegir, pagar y comprar es más fascinante que el hecho de tener finalmente la cosa. Aunque tener esa cosa finalmente termine dándonos muchísimo placer, como la quesera hermética o la carpeta transparente que cada vez que uso me felicito de haberla comprado por su practicidad. Las mujeres de copmpras podemos mirar, elegir y comprar a conciencia: poco pero bueno. Ahora tenemos la suerte de que si queremos comprar, existen los negocios chinos que nos permiten llenarnos de bolsas sin poner en riesgo la economía familiar. También las ferias americanas nos permiten comprar mucho y a precios absurdos. Las mujeres tenemos la increíble capacidad de lograr un cambio de estado anímico sólo con adquirir un hornito de barro para aceites perfumados, o una velita con forma de luna en cuarto menguante. Y capaz que comprando algo así se nos va toda la depre. Los hombres, que de sensibilidad saben poco, llaman a eso “Gastar plata en estupideces”. Pero en realidad se trata de la capacidad femenina de ser felices con poquita cosa. Yo miro a las mujeres mirando vidrieras, y me conmueven profundamente. Me enternece ver un grupo de señoras con la nariz contra el vidrio, evaluando en el más religioso silencio el contenido íntegro de la vidriera de un comercio donde no hay otra cosa que zapatos de oferta. El aire se podría cortar con cuchillo, y casi nadie se anima a respirar. Todas están con la cabeza a mil por hora, calculando cómo se verían y con qué usarían cada uno de los setenta pares exhibidos. ¿No es maravilloso el poder de la ardiente imaginación femenina, dedicada en ese momento a recombinar zapatos exhibidos con la ropa que recordamos que cuelga en nuestros placares? Del mismo modo me enternece verlas mirando la vidriera de un bazar lleno de tonterias :
- Mira ese cenicero, qué amoroso...
= Ese portarrollo de cocina es divino.
- Muero por esos apoyavasos, ¿ no son originales?
- Recuérdame por favor que al regreso compre ese pósamelas de latón, que me parece genial...
- ¡Ay, me desmayo! ¡ Mira qué locura ese cubre-tapa de inodoro!¡ Es una preciosura!

Expresan su amor incondicional, su ternura desmedida hacia cositas que no son ni carteras de Moschino, ni abrigos de Max Mara, ni zapatos de Dolce & Gabbana... ¡son utensilios de cocina de madera, vidrio o plástico Made in Taiwan, que valen dos pesos!

- Te cuento que aquí a la vuelta venden unos servilleteros divino y re-baratos. ¿Por qué no vas a verlos antes de que se terminen? – me dice una amiga
- Acompáñame así me dices cuáles son – le digo, abandonando todo con tal de no quedarme sin servilleteros.

Y ella también deja todo por regalarse ese placer de mirar tonterías juntas que nos fascina a las mujeres. Y ahora dejo este tema, porque quedé con una amiga en ir a ver unos cestos de basura en forma de huevo y unos sacacorchos de bronce geniales, en forma de piña, porque los servilleteros de mimbre se habían acabado cuando fui a verlos. Cientos de mujeres se habían abalanzado sobre ellos y los hicieron desaparecer en un rato, opinando todas lo mismo:
-No sé si algún día me servirán para algo... ¡ Pero son tan divinos!
Las mujeres somos tremendamente kitschs.

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